martes, 13 de diciembre de 2011

Las cosas y los fenómenos


Nuestra percepción del "mundo externo a nosotros" puede ser dividida -de acuerdo a la propia percepción- en dos partes. La primera es la existencia de formas geométricas separadas entre sí en un cierto "espacio" a las cuales llamamos "cosas". Y la segunda es la existencia en el "tiempo" de ciertos "cambios" en el "estado" de las "cosas" a los cuales llamamos "fenómenos". De tal forma que al percibir el "mundo externo" observamos nuevamente cuatro hechos evidentes: "las cosas, el espacio, los fenómenos y el tiempo". Estos cuatro hechos son interdependientes entre sí, de tal forma que nunca pueden ser percibimos uno de otro en forma completamente independiente. Por lo cual jamás podremos percibir una cosa sin "su" extensión en el espacio, porque una cosa no ubicada en el espacio o no considerada en la categoría del espacio, no diferirá de modo alguno de otra cosa, ocupará el mismo lugar que otra cosa o se fundirá en ella. Del mismo modo, todos los fenómenos considerados sin tiempo, o sea, no ubicados en el tiempo o no existentes durante cierta extensión del tiempo, o no considerados en una u otra posición desde el punto de vista del antes, el ahora y el después, ocurrirán para nosotros simultáneamente, mezclándose uno con otro. Y finalmente: NO PODEMOS PERCIBIR AL TIEMPO Y AL ESPACIO COMO FORMAS INDEPENDIENTES Y NO RELACIONADAS ENTRE SI.


------------------------


No podernos representar las cosas fuera de las categorías de espacio y tiempo, pero pensamos constantemente en ellas fuera del tiempo y del espacio.

Cuando decimos "esta mesa", nos representamos la mesa en tiempo y espacio. Pero cuando decimos "un objeto hecho de ma­dera", sin significar ningún objeto definido, pero hablando genéricamente, eso se refiere a todos los objetos hechos de madera, en todo el mundo y en todas las épocas. Una persona imaginativa podría considerar que hablamos de algún gran objeto hecho de madera, compuesto con todas las cosas de madera que existieron en todas partes y que, por así decirlo, representan sus átomos.

Aunque no nos demos de esto una explicación muy clara, por lo general, pensamos en tiempo y espacio sólo mediante representa­ciones; pero cuando pensamos en conceptos, ya pensamos fuera del tiempo y del espacio.

A su criterio Kant lo llamaba idealismo crítico, para distinguir­lo del idealismo dogmático, como lo presentaba Berkeley.

De acuerdo con el idealismo dogmático, todo el mundo —todas las cosas, o sea, las verdaderas causas de las sensaciones, no tienen existencia excepto en nuestro conocimiento— existen solamente en la medida en que las conocemos. Todo el mundo, como lo represen­tamos, es sólo un reflejo de nosotros mismos.

El idealismo de Kant reconoce la existencia de un mundo de causas fuera de nosotros, pero afirma que no podemos percibir este mundo a través de la percepción de los sentidos, y que, en general, todo lo que vemos es nuestra propia creación, el "producto del sujeto perceptor".

Así, de acuerdo con Kant, todo lo que hallamos en los objetos es puesto dentro de ellos por nosotros. No sabemos a qué se parece el mundo independientemente de nosotros. Además, nuestra concep­ción de las cosas nada tiene en común con las cosas como son en sí mismas, aparte de nosotros. Y, lo que es más importante de todo, nuestra ignorancia de las cosas en sí mismas no se debe a nuestro conocimiento insuficiente sino al hecho de que somos totalmente incapaces de tener un conocimiento correcto del mundo por medio de la percepción de los sentidos Para expresarlo de modo diferente, es incorrecto decir que aún sabemos poco pero que luego sabremos más y, al final, llegaremos a una comprensión correcta del mundo; es incorrecto porque nuestro conocimiento experimental no es una brumosa representación del mundo real; es una representación muy vivida de un mundo enteramente irreal, que surge alrededor de nosotros en el momento de nuestro contacto con el mundo de las causas verdaderas, que no podemos alcanzar porque hemos perdi­do nuestro camino en el mundo "material" irreal. Así, la expansión del conocimiento objetivo nos trae más cerca de la cognición de las cosas en si mismos o de las causas verdaderas.

En Crítica de la Razón Pura, Kant dice:
Nada que sea intuido en el espacio es una cosa en sí misma, y el espacio no es una forma que pertenezca como propiedad a las cosas; sino que los objetos son enteramente desconocidos para nosotros en sí mismos, y lo que llamamos objetos externos no son nada más que meras representaciones de nuestra sensibi­lidad, cuya forma es el espacio, pero cuya correlación real. la cosa en sí, no se conoce por medio de estas representaciones ni podrá conocerse Jamás, pero respecto de la cual. en la experien­cia. no se efectúa Jamás una indagación...
Las cosas que intuimos no son en sí mismas lo mismo que nuestras representaciones de ellas en la intuición, ni sus rela­ciones en sí están de tal modo constituidas como nos parecen: y si quitamos el sujeto, o siquiera solamente la constitución sub­jetiva de nuestros sentidos en general, entonces desaparecen no sólo la naturaleza y las relaciones de los objetos en el espacio y el tiempo, sino inclusive el espacio y el tiempo mismos...
Es enteramente desconocido para nosotros cuál sea la natura­leza de los objetos considerados como cosas en sí mismas y sin referencia a la receptividad de nuestra sensibilidad. No sabemos nada más que nuestro modo de percibirlos... Suponiendo que debemos llevar nuestra intuición empírica [percepción sensoria] incluso hasta el grado más elevado de claridad, de ese modo no deberíamos avanzar un solo paso más cerca del conocimiento de la constitución de los objetos como cosas en sí mismas...
Decir, pues, que toda nuestra sensibilidad no es sino la repre­sentación confusa de cosas que contienen exclusivamente lo que les pertenece como cosas en sí mismas, y esto bajo una acumula­ción de marcas características y representaciones parciales que no podemos distinguir en la consciencia, es una falsificación de la concepción de la sensibilidad y la fenomenización, que toma de ese modo a toda nuestra doctrina en vacía e inútil.
La diferencia entre una representación confusa y una clara es meramente lógica y nada tiene que ver con el contenido.


------------------------


El orden de los fenómenos lo determina nuestro método de percepción y la forma de la transición de un género de fenómenos a otro.

Distinguimos tres géneros de fenómenos de acuerdo con nuestro método de percepción y la forma de su transición a otros fenó­menos.

Fenómenos físicos (o sea, todos los fenómenos estudiados por la física y la química). Fenómenos de la vida (todos los fenómenos estudiados por la biología y sus subdivisiones). Fenómenos psico­lógicos (pensamientos, sentimientos, etc.).

Percibimos los fenómenos físicos por medio de nuestros órganos sensorios o por medio de instrumentos. Muchísimos fenómenos físicos reconocidos no se observan directamente; sólo son una proyección de las causas supuestas de nuestras sensa­ciones, o las causas de otros fenómenos. La física reconoce la exis­tencia de muchísimos fenómenos que nunca fueron observados por los órganos sensorios ni por los instrumentos (por ejemplo, la tem­peratura de cero absoluto, etc.).

Los fenómenos de la vida no se observan como tales. No pode­mos proyectarlos como la causa de sensaciones definidas. Pero ciertos grupos de sensaciones nos hacen presuponer la presencia de fenómenos de vida detrás de los grupos de fenómenos físicos. Es posible decir que cierto grupo de fenómenos físicos nos hace supo­ner la presencia de fenómenos de vida. Definimos la causa de los fenómenos de vida como algo imperceptible para los sentidos o para los instrumentos, e inconmensurable con las causas de las sensaciones físicas. Una señal de la presencia de los fenómenos de vida es la capacidad de los organismos para reproducirse, o sea, su multiplicación en las mismas formas, la indivisibilidad de las unidades individuales y su capacidad de adaptación que no se ob­serva fuera de la vida.

Los fenómenos psicológicos -sentimientos y pensamientos- los conocemos en nosotros mediante sensación directa, subjetiva­mente. Deducimos su existencia en los otros por analogía, con nosotros; sobre la base de su manifestación en acciones, y sobre la base de lo que aprendemos a través de comunicación por medio del lenguaje. Pero, como lo señalan algunas teorías filosóficas, es imposible establecer, en lo estrictamente objetivo, la presencia de otra consciencia, aparte de la nuestra propia. Un hombre establece esto habitualmente sobre la base de una convicción interior.

Los fenómenos físicos se transforman uno en otro completa­mente. El calor puede transformarse en luz; la presión en movi­miento, etc.; puede crearse cualquier fenómeno físico partiendo de otros fenómenos físicos; cualquier compuesto químico puede reproducirse sintéticamente combinando las partes componentes en las proporciones necesarias y bajo las condiciones físicas requeridas. La física moderna supone que en la base de todos los fenómenos físicos yacen fenómenos electromagnéticos. Pero los fenómenos físicos no se transforman en fenómenos de vida. La ciencia no puede crear vida mediante ninguna combinación de condiciones físicas, tal como mediante síntesis química no puede crear materia viva, protoplasma. Podemos decir qué cantidad de carbón se necesita para obtener la cantidad de calor necesaria para transformar una cantidad dada de hielo en agua. Pero no podemos decir qué cantidad de carbón se necesita para crear la energía de vida con cuya ayuda una célula viva forma otra célula viva. Del mismo modo, los fenómenos físicos, químicos y mecánicos no pueden, por sí mismos, producir fenómenos psicológicos. Si fuera de otro modo, una rueda giratoria, mediante el gasto de cierta can­tidad de energía, o en el curso de cierto lapso, generaría una idea. Empero, sabemos muy bien que una rueda puede seguir girando durante millones de años, pero que de ello no resultará ninguna idea. Vemos, por tanto, que los fenómenos del movimiento son fundamentalmente diferentes de los fenómenos de la vida y la consciencia.

Los fenómenos de vida se transforman en otros fenómenos de vida, se multiplican en ellos infinitamente y se transforman en fenómenos físicos, produciendo toda una serle de combinaciones mecánicas y químicas. Los fenómenos de vida se nos manifiestan en fenómenos físicos y en la presencia de tales fenómenos.

Los fenómenos psicológicos se experimentan directamente y, habiendo enorme fuerza potencial, se transforman en fenómenos físicos y en manifestaciones de vida. Sabemos que en la base de nuestra fuerza pro-creativa yace el deseo, o sea, un estado psico­lógico o un fenómeno de consciencia. El deseo tiene tremenda fuer­za potencial. Puede producirse todo un pueblo mediante el deseo combinado de un hombre y una mujer. En la base de la fuerza creadora, constructiva y activa del hombre, capaz de alterar el curso de los ríos, de unir los océanos, de tallar montañas, yace el deseo, o sea, un estado psicológico o un fenómeno de la consciencia. De esta manera, los fenómenos psicológicos poseen un poder unificador aún mayor en relación con los fenómenos físicos que los fenómenos de vida.

La filosofía positivista afirma que los fenómenos de vida y los fenómenos psicológicos surgen de una sola causa que yace dentro de la esfera de los estudios físicos. Esta causa se llama con dife­rentes nombres en diferentes tiempos, pero se presume que es idén­tica a la energía física en general.

Analizando seriamente esta afirmación, es imposible evitar ver que es completamente arbitraria e infundada. Dentro del ámbito de nuestro ser y nuestra observación, los fenómenos físicos nunca producen fenómenos de vida y consciencia. Por tanto, estamos más justificados al suponer que los fenómenos de vida y los fenómenos de consciencia contienen algo que está ausente en los fenómenos físicos.

Además, los fenómenos físicos, biológicos y psicológicos no pueden medirse con la misma medida. O, para ser más exacto, a los fenómenos de vida y a los fenómenos de consciencia no los pode­mos medir. Y sólo son los primeros, o sea, los fenómenos físicos, los que podemos suponer que sean medibles, aunque incluso eso es muy problemático.

En todo caso, sabemos sin duda que ni los fenómenos de vida ni los fenómenos psicológicos podemos expresarlos en las fórmulas de los fenómenos físicos; y, hablando en general, para ellos no tenemos fórmulas.

Si deseamos entender más claramente la relación mutua de es­tos diferentes órdenes de fenómenos, debemos examinar más pormenorizadamente las leyes de su transición de uno al otro.

Primero de todo, debemos considerar los fenómenos físicos y efectuar un minucioso estudio de todas las condiciones y carac­terísticas de su transición de uno al otro.

En el artículo sobre Wundt (The Northem Messenger, 1888), A. L. Volinsky, exponiendo los principios de la psicología fisiológica de Wundt, escribe: Las acciones de la sensación se llaman acciones de irritación. Pero estas dos acciones no es menester que sean iguales. Uno puede incendiar toda una ciudad con la chispa de un cigarrillo. Debe entenderse por qué esto es posible. Equilíbrese una tabla en el borde de algún objeto, al estilo de una báscula, y adviértase que está en equilibrio. Ahora pónganse pesos iguales en cada ex­tremo de la tabla. Los pesos no caerán; aunque tenderán a caer, se equilibrarán entre sí. Ahora bien, si sacamos de un extremo de la tabla el peso más pequeño, el otro peso se recargará y la tabla se volcará, o sea, la fuerza de la gravedad, que existía antes como una tendencia invisible, se convertirá en una visible fuer­za impulsora. Pero si colocamos la tabla con los pesos en tierra, la fuerza de gravedad no tendrá efecto más. Empero, no se la eliminará: meramente, se la trasladará a otras fuerzas. Las fuer­zas que sólo tienden a producir movimiento se llaman fuerzas reprimidas o muertas. Las fuerzas que realmente se manifiestan en movimientos definidos se llaman fuerzas libres o vivas. Pero, entre las fuerzas libres es necesario distinguir entre las fuerzas liberadoras y las fuerzas que son liberadas.
Hay una diferencia enorme entre la liberación de una fuerza y su transformación en otra fuerza.
Si una forma de movimiento se transforma en otra, la canti­dad de fuerza libre sigue siendo la misma. Pero, cuando una fuer­za libera a otra, la cantidad de fuerza libre cambia. La libre fuer­za de la irritación libera a las fuerzas reprimidas de un nervio. Y esta liberación de las fuerzas reprimidas de un nervio tiene lugar en cada punto del nervio. El primer movimiento crece, como un incendio, como un alud que acarrea consigo siempre nuevos montones de nieve. He aquí por qué la acción (el fenómeno) de la sensación no es menester que sea exactamente igual a la acción de la irritación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario